Mucho se habla desde la temible pandemia de los posibles efectos que esta desgracia podría trasladar al concepto contemporáneo de vivienda. Sin duda, algo en lo que todos los expertos coinciden es que ha surgido una nueva necesidad de teletrabajo que parece que ha llegado para quedarse. En tal sentido, parece lógico pensar que la vivienda en sí misma, debería evolucionar hasta crear un nuevo paradigma con el que trabajar. Lo más común ha sido referirse a este nuevo estadio del concepto como la vivienda post-covid o post-pandemia. Sin embargo, parece más lógico pensar en que esta evolución pueda, más bien, dar lugar a una post-vivienda entendida como un espacio habitable innovador en el cual se aglutinen las distintas necesidades sociales del momento. Ya no responde exclusivamente al hecho de vivir, en términos de habitar y descansar, sino que además ha de recoger el testigo de espacios más tradicionales como sería una oficina, un salón recreativo o un cine. En este sentido, nuestra habitación más preciada, alberga cada vez más actividades asociadas al desarrollo social y personal de sus habitantes.
La implantación de la realidad virtual, los videojuegos, la conciliación, el teletrabajo, la era digital, la contaminación, las plataformas audiovisuales o los virus, han generado un clima general en el cual nos recluimos con mayor frecuencia en aquellas cuatro paredes que más dispuestas y seguras se nos presentan. Una realidad preocupante y radical que, sin duda, se está convirtiendo en lo habitual, en latitudes en las que tradicionalmente parecería impensable. Es de sobra conocido que los países con climas más adversos, han recurrido durante años a la habitación como principal protección frente a las inclemencias que se encerraban en el exterior. Lo que no resultaba tan común era recurrir a tales extremos cuando la temperatura o el tiempo invitaban precisamente a lo contrario.
Cada vez resulta más común escuchar a algún amigo relatando la aventura de instalar un rodillo para la bicicleta en su salón, la adquisición de una nueva pantalla para ver las películas en máxima calidad, o la integración de un puesto de trabajo en pleno salón. Realidades sobrevenidas que nos obligan, como arquitectos, a pensar qué ocurrirá a partir de ahora. La tendencia inmobiliaria sigue en dirección hacia la VPO como referente de vivienda estandarizada, mientras el habitáculo interior que genera se colmata de necesidades diversas y en muchos casos incompatibles. La respuesta natural podría ser la de revertir la tendencia comercial y recurrir a mayor superficie para resolver esta imperiosa necesidad. Parece improbable que esto ocurra, dados los altos precios por metro cuadrado que reinan en la mayoría del territorio nacional, en especial en las zonas costeras.
Por tanto, recientemente, han surgido diferentes alternativas de diseño que van enfocadas a la flexibilización de los espacios como solución al problema. Para ello, la incorporación de mobiliario versátil y transformable podría parecer una buena opción. No hace mucho, leíamos un artículo acerca de las conclusiones surgidas a raíz de la capitalidad del diseño ostentada por Valencia. Resultaba interesante valorar propuestas concretas destinadas a la multifunción. Una vanguardia arriesgada pero más cercana por momentos. En países más orientales, es sabido que esta forma de vida ha dominado el sector con firmeza durante muchos años. Sin embargo, donde aún podemos, seguimos resistiéndonos a este tipo de estrechamientos. Nos resulta más cómodo dedicar cada espacio a un uso concreto y determinado, llegando a “malgastar” estancias únicamente para ocasiones muy determinadas. Prueba de ello sería el tradicional comedor para eventos. Esa historiada mesa que solía presidir los salones de la mayoría de viviendas de nuestros antepasados, en las cuales se lucían los ornamentos más vernáculos, mientras el polvo luchaba por apropiarse del lugar. En su defecto, las familias comenzaron a recurrir a dichos espacios como anexos necesarios del salón o comedores cotidianos mediante los cuales liberar espacio de las cocinas. Esta regresión es más fruto de la reducción superficial de las viviendas, que de un cambio de mentalidad social. Seguimos diseñando nuestras casas, con el foco puesto en aquellos escasos pero intensos momentos especiales que podrían dotar de sentido a una edificación pensada para el día a día. El salón para los amigos. El comedor para Navidad. La terraza para las fiestas. En definitiva, un sinfín de posibles que condicionan dramáticamente los seguros.
¿Y qué se podría definir como seguro a día de hoy? Una pregunta ambiciosa, sin duda. Para empezar, un techo bajo el que dormir. Por más que evolucione nuestra forma de vida, seguimos necesitando de un espacio en el que descansar. La evolución podría ser la de reducir este espacio a la mínima expresión. Sin embargo, lo que hemos aprendido para nuestros hijos debería servir de inspiración para los adultos. La integración de un escritorio y espacio para estudiar, es bastante similar a lo que requieren la mayoría de teletrabajadores en la actualidad. La posibilidad de duplicar la estancia en altura, mediante camas elevadas, se muestra como una línea de trabajo a destacar. La contra, una vez más, radica en el urbanismo y la presión inmobiliaria. Nuestras viviendas son cada vez más bajitas, no estando permitido en muchos casos, que dejen de serlo. Una altura máxima de siete metros para dos plantas de vivienda, nos deja una altura libre interior muy condicionada. Si, además, nos dejamos seducir por el boom tecnológico que nos domina, los falsos techos se convertirán en una nueva obligación a cumplir. Conclusión, menos altura útil con la que trabajar. Eso nos lleva al escritorio tradicional como única alternativa. Podríamos pensar que la reclusión de la que hablamos pudiera derivar en una reducción del armario medio por vivienda. Pero no parece probable que el consumismo reinante lo permita. Por tanto, dado que el baño ya no permite mucha más optimización, y el vestidor sigue siendo necesario, solo nos queda ampliar la estancia para acoger el ámbito de trabajo. Los más afortunados, podrán destinar una estancia en exclusiva para ello, pero la inmensa mayoría debería pensar más bien en la compatibilidad de usos.
Trabajar en el salón podría ser otra alternativa, de no ser por la necesidad de conciliación. Viviendas destinadas a acoger una familia con cuatro integrantes de media, parecen abocadas al caos reinante en una estancia dominada por focos de atención tan diversos. Especialmente, en cuanto a sus necesidades se refiere. No resulta agradable trabajar en un espacio en el que otros pretenden ver la televisión, jugar a videojuegos o incluso leer. Todo ello, sin entrar a valorar la tendencia reinante que emplea los espacios diáfanos como principal seña de identidad. Mientras más diáfano sea un espacio, menor será su flexibilidad en términos de acumulación de actividades, aunque mayor en cuanto a adaptabilidad se refiere. Es decir, las paredes nos ayudan a independizar espacios y por tanto actividades, pero nos limitan las opciones que podría encerrar cada uno de esos espacios al reducir dramáticamente su superficie. Una vez más, la clave radica en la dimensión. El área destinada a cada estancia es la que establece el grado de versatilidad que esta podría encerrar. Pero desde luego, una estancia abierta donde se comunican la cocina, el salón y el comedor, convierte a priori la intención de trabajar en una entelequia.
No olvidemos que la vivienda ha evolucionado con el tiempo a través del cambio de elemento central. Mientras antiguamente el hogar se consideraba el ámbito asociado al fuego o chimenea, el desarrollo terminó por desviar la atención hacia la televisión como auténtico foco principal en toda residencia. Quizás, con todo lo comentado hasta ahora, podríamos concluir que el nuevo cambio de rumbo tendría al ordenador como protagonista. Un elemento capaz de albergar entretenimiento, trabajo, aprendizaje o pura distracción al usuario parece más que suficiente como reclamo. Si a eso, le sumamos la portabilidad que ofrece el portátil como alternativa, unido al móvil o tablet como ordenador reducido a su mínima expresión, nos encontramos con una posible dispersión del foco, en el sentido más amplio de la expresión. Ya no solo se ha perdido el concepto de ámbito común alrededor del cual socializar, sino que la herramiento socializadora se desplaza con nosotros sin ningún tipo de limitación. Por todo ello, la casa se ha convertido en un galimatías complejo en el que la compartimentación podría llegar a recuperar esa posición privilegiada que le fue arrebatada, aunque al mismo tiempo, podría suponer agravar una situación ya de por sí preocupante y en exceso extendida.
Conclusión, la primera pregunta que nos atormenta sería: ¿Tendría más sentido incluir un puesto de trabajo en una vivienda o integrar una cama en una oficina? Siendo así, ¿cuál parece el camino más lógico a seguir? Quizás, la solución más salomónica sería establecer ambas sendas como válidas y rehabilitar así el mercado inmobiliario en función de las distintas necesidades sociales emergentes. Cada vez existe una brecha mayor entre el núcleo familiar tradicional y todas las figuras intermedias surgidas en torno a la individualización insostenible que implica hoy día la emancipación. ¿Preferirías vivir en un dormitorio adaptado para poder trabajar en él o más bien en una oficina modificada para poder descansar en ella? Quizás, sin saberlo, tu modo de vida haya respondido esa pregunta por ti hace ya tiempo. Es más, puede que tu instinto de autoprotección te guíe hacia lo primero, con idea de alejarte de una vida sustentada físicamente en el trabajo. Pero, ¿no sería aún más alarmante el hecho de invitar al enemigo a casa, dejando que invada nuestras estancias y, con ello, toda esperanza de desconexión?
Mientras tanto, hasta que la inteligencia artificial nos lo impida, empleemos nuestro intelecto para pensar y decidir en consencuencia. Ya habrá tiempo para que una máquina establezca las respuestas por nosotros. Aunque esta cuestión, sería objeto de una nueva reflexión independiente y complementaria.